domingo, 6 de mayo de 2012

LIBROS LEIDOS

                   TRATADO DE LA NATURALEZA HUMANA
                   Libro Segundo. “De las Pasiones” (David Hume)
     

Las percepciones de la mente pueden dividirse en impresiones e ideas, las impresiones se dividen en originales y secundarias; ó de sensación y reflexión. Impresiones originales o impresiones de sensación son las que, brotan del espíritu sin ninguna percepción antecedente, originadas por la constitución del cuerpo (sentidos, dolores y placeres corporales). Mientras que las Impresiones secundarias o reflexivas son aquellas que proceden de las originales o de la interposición de su idea (las pasiones y otras emociones semejantes). El placer y dolor corporales son el origen de varias pasiones cuando son sentidas y consideradas por el espíritu, pero surgen originalmente en el alma o en el cuerpo; un acceso de gota produce una larga serie de pasiones, como pena, esperanza, temor; pero se deriva de una afección.
      Las impresiones reflexivas pueden dividirse en dos géneros: el tranquilo y el violento. Del primer género es el sentimiento de la belleza y fealdad en la acción, composición y objetos externos. Del segundo son las pasiones de amor y odio, pena y alegría, orgullo y humildad. Esta división no es exacta. Los arrebatos de la poesía y la música alcanzan frecuentemente la más grande intensidad, mientras que las impresiones propiamente llamadas pasiones pueden reducirse a una emoción tan tenue que llegan a ser en cierto modo imperceptibles.
      Las pasiones se separan también en dos ramas, pasiones directas (que nacen inmediatamente del bien o el mal, del placer o el dolor), pasiones indirectas (que proceden de estos mismos principios, pero mediante la combinación con otras cualidades, como el orgullo, humildad, ambición, vanidad, amor, odio, envidia, piedad, malicia y generosidad, por ejemplo: el deseo de aversión, pena, alegría, esperanza, miedo, menosprecio y seguridad).
      Todos los objetos agradables relacionados con nosotros por una asociación de ideas e impresiones producen orgullo, y todos los desagradables, humildad. Estas limitaciones se derivan de la naturaleza real del asunto.
      I. Si suponemos que un objeto agradable adquiere una relación con el yo, la primera pasión que aparece es alegría, y esta pasión presenta una relación más simple que orgullo o vanagloria. Cuando los objetos agradables no poseen una relación íntima con nosotros la poseen con respecto a otra persona, y esta íntima relación no solamente supera a la primera, sino que la destruye. Todo lo que se halla relacionado con nosotros y produce placer o dolor, produce igualmente orgullo o humildad. Se requiere una relación más íntima que la necesaria para la alegría.
      II. La segunda limitación es que el objeto agradable, se debe relacionar íntimamente, y de hecho debe pertenecer a nosotros mismos, o por lo menos ser común a nosotros y a unas cuantas personas. Todo lo que se presenta frecuentemente y a lo que estamos acostumbrados, pierde su valor para nosotros, por lo que es despreciado y descuidado
      III. La tercera restricción es que el objeto placentero o doloroso tiene que ser muy claro y manifiesto, y no sólo para nosotros mismos, sino también para los otros. Esta circunstancia, como las dos precedentes, ejerce un efecto sobre la alegría y sobre el orgullo. Nos imaginamos más felices y también más virtuosos o hermosos cuando aparecemos como tales a los otros, pero hacemos aún más ostentación de nuestras virtudes que de nuestros placeres.
      IV. La cuarta restricción se deriva de la inconstancia de la causa de estas pasiones y de la breve duración de su enlace con nosotros mismos. Lo que es casual e inconstante produce una alegría pequeña y un orgullo aún menor. No nos satisfacemos mucho con la cosa misma, y somos aún menos aptos para sentir algún nuevo grado de satisfacción de nosotros mismos con respecto a ella.
      V. Las reglas generales tienen una gran influencia sobre el orgullo y la humildad, como sobre todas las otras pasiones. Por esto nos formamos una noción de las diferentes clases de los hombres según el poder o riquezas de que son poseedores, y esta noción no la cambiamos teniendo en cuenta la salud o temperamento de las personas, que pueden privarlos de todo goce en su posesión. Esto puede explicarse por los mismos principios que dan razón de la influencia de las leyes generales sobre el entendimiento.
      Esta reflexión es que las personas que son más vanidosas y que a los ojos del mundo tienen más razón de sentirse orgullosas no son las más felices, ni las más humildes las más miserables, como a primera vista podría imaginarse partiendo del anterior sistema. Un mal puede ser real aunque su causa no tenga relación con nosotros, puede ser real sin ser propio de cada uno, puede ser real sin mostrarse a los otros, puede ser real sin ser constante, y puede ser real sin hallarse sometido a leyes generales.
      Tales males no dejarán de hacernos miserables aunque posean sólo una pequeña tendencia a disminuir el orgullo, y quizá el más real y el más sólido mal de la vida es de esta clase.
      La relación que se estima más estrecha y que entre todos produce más comúnmente la pasión del orgullo es la de propiedad. Me será imposible explicar plenamente esta relación hasta que llegue a tratar de la justicia y otras virtudes morales.
      Es suficiente hacer observar en esta ocasión que la propiedad puede ser definida como una relación entre una persona y un objeto de modo que permite a aquélla y prohíbe a otras la libre posesión y uso de algo sin violar las leyes de justicia y equidad moral. Si la justicia, por consiguiente, es una virtud que tiene una influencia original y natural sobre el espíritu humano, la propiedad puede ser considerada como una especie particular de causa, ya consideremos la libertad que al propietario concede de operar como le place sobre el objeto o las ventajas que obtiene de él.
      Sucede lo mismo si la justicia, de acuerdo con el sistema de ciertos filósofos, se estima, una virtud artificial y no natural, pues el honor, costumbres y leyes civiles desempeñan el papel de la conciencia natural y producen en algún grado los mismos efectos. Es cierto, sea dicho de paso, que la mención de la propiedad lleva nuestro pensamiento al propietario y la del propietario a la propiedad.
      Cualquier cosa que pertenece a un hombre vanidoso es lo mejor que puede existir. Su casa, sus coches, sus muebles, vestidos, caballos, perros, son superiores en todos conceptos a los de los otros, y es fácil de observar que de la menor superioridad en alguna de estas cosas obtiene un nuevo motivo de orgullo o vanidad. Su vino, si se le da crédito, tiene un sabor más fino que ningún otro; su cocina es más exquisita; su mesa más ordenada; su servidumbre más experta; el aire en que vive, más saludable; en otras palabras: todos los objetos que son útiles, bellos o sorprendentes o relacionados con tales, pueden, mediante la propiedad, dar lugar a estas pasiones. Estos objetos convienen en producir placer y no convienen más que en esto.
      Si la propiedad de alguna cosa que produce placer por su utilidad, belleza o novedad produce también orgullo por una doble relación de impresiones e ideas, no debemos admirarnos de que la facultad de adquirir esta propiedad tenga el mismo efecto. Ahora bien: las riquezas deben ser consideradas como la facultad de adquirir lo que place, y sólo en este respecto influyen en estas pasiones. El papel podrá en muchas ocasiones ser considerado como riqueza, y esto sucede porque puede concedernos la facultad de adquirir moneda, y la moneda tampoco es riqueza, sino un metal dotado de ciertas cualidades, como solidez, peso y solubilidad; pero sólo él tiene relación con los placeres y ventajas de la vida. Considerando esto como verdadero, que es tan evidente en sí mismo, podemos sacar de ello uno de los más poderosos argumentos que yo he empleado para probar la influencia de la doble relación sobre el orgullo y la humildad.
      Nos sentimos agradados cuando descubrimos alguna capacidad de procurarnos placer, y nos desagrada que otros adquieran alguna capacidad que produzca dolor. Esto es, por experiencia, evidente; pero para dar una explicación precisa de la materia y explicar esta satisfacción y desagrado debemos considerar las siguientes reflexiones:
      Es evidente que el error de distinguir la facultad de su ejercicio no procede enteramente de la doctrina escolástica de la voluntad libre, que de hecho representa un papel insignificante en la vida corriente y tiene escaso influjo sobre nuestra manera popular y vulgar de pensar. Según esta doctrina, los motivos no nos privan de la voluntad libre ni nos despojan de nuestra facultad de realizar o no realizar una acción. Pero, según las ideas vulgares, el hombre no tiene este poder cuando existen motivos verdaderamente considerables entre él y la satisfacción de sus deseos y le determinan a no realizarlo que él desea hacer. Yo no pienso que he caído bajo el poder de mi enemigo cuando le veo pasar junto a mí en la calle con una espada al lado, mientras que yo me hallo desprovisto de arma alguna. Sé que el temor a los magistrados civiles es una defensa tan fuerte como un arma de acero y que yo me hallo tan seguro como si él estuviera encadenado o encarcelado. Pero cuando una persona adquiere tal autoridad sobre m. que no sólo no existe obstáculo externo para sus acciones, sino que también puede castigarme o premiarme como le plazca sin el menor miedo de castigo por su parte, yo le atribuyo un pleno poder y me considero yo mismo como súbdito o vasallo.
      Ahora bien: si comparamos estos dos casos, el de una persona que tiene motivos verdaderamente poderosos de interés o seguridad para evitar una acción y el de una que no se halla bajo tal presión, hallaremos, de acuerdo con la filosofía explicada en el libro anterior, que la sola diferencia entre ellos está en que en el primer caso concluimos de la experiencia pasada que la persona no realiza la acción, y en el último, que es posible o probable que la realice. Nada es más inconstante y fluctuante en muchas ocasiones que la voluntad del hombre, y nada hay más que los motivos poderosos que puedan ofrecernos una certeza absoluta al pronunciarnos en lo concerniente a las acciones futuras. Cuando vemos una persona libre dominada por estos motivos, suponemos la posibilidad de su acción o inhibición de su acción, y aunque, en general, podemos concluir que se halla determinada por motivos y causas, sin embargo, esto no quita la incertidumbre de nuestro juicio en lo que concierne a estas causas ni la influencia de esta incertidumbre sobre las pasiones.
      Ahora, es evidente que siempre que una persona se halla en tal situación con respecto a mí o que no hay un motivo poderoso para determinarla a que me dañe y, por consiguiente, es incierto que me dañe o no, yo me encontraré mal en tal situación, y no puedo considerar la posibilidad o probabilidad de este daño sin una sensible inquietud. Las pasiones no son sólo afectadas por sucesos que son ciertos e infalibles, sino también, en un grado inferior, por los posibles y contingentes. Y aunque quizá yo no experimente nunca realmente ningún daño y descubra por las consecuencias que, filosóficamente hablando, la persona no posee ningún poder de dañarme, puesto que ella no ha ejercido ninguno, esto no evita mi malestar, que procede de mi anterior incertidumbre. Una pasión agradable puede operar aquí lo mismo que una desagradable y sugerir un placer cuando yo percibo ser posible o probable un bien por la posibilidad o probabilidad de que otro me lo conceda por la supresión de motivos poderosos que pueden haberlo impedido antes.
      Pero podemos además observar que esta satisfacción aumenta cuando se aproxima algún bien de tal manera que se halla en el poder de uno tomarlo o dejarlo y no existe ningún obstáculo físico ni ningún motivo verdaderamente poderoso para impedir nuestro goce. Como todos los hombres desean el placer, nada puede ser más probable que su existencia cuando no hay un obstáculo externo para producirlo y los hombres no ven peligro ninguno en seguir sus inclinaciones. En este caso, su imaginación anticipa fácilmente la satisfacción y sugiere la misma alegría que si se hallasen persuadidos de su real y actual existencia.
      El avaro obtiene un placer de su dinero, esto es, del poder que le concede procurarse todos los placeres y ventajas de la vida, aunque sabe que ha poseído sus riquezas durante cuarenta años sin gozar de ellas, y, por consecuencia, no se puede concluir, por ninguna especie de razonamiento, que la existencia real de estos placeres está más cercana que si él se hallase enteramente privado de todo lo que posee. Pero aunque no puede llegar a una conclusión semejante mediante el razonamiento referente a la mayor proximidad del placer, es cierto que él imagina estar más cerca de aquél.
      La verdadera esencia de las riquezas consiste en la facultad de procurar los placeres y conveniencias de la vida. Por la misma razón que las riquezas causan placer y orgullo y que la pobreza da lugar al desagrado y humildad, debe el poder producir la primera de estas emociones y la esclavitud la segunda. El poder o la autoridad sobre los otros nos hace capaces de satisfacer todos nuestros deseos; la esclavitud, por someternos a la voluntad de los otros, nos expone a mil necesidades y mortificaciones.
      De ahí que nada tiene mayor tendencia a producirnos estima por alguna persona que su poder y riquezas, y nada tiende más a causarnos desprecio que su pobreza o mezquindad. La satisfacción que experimentamos por la riqueza de los otros y la estima que tenemos por sus poseedores puede ser atribuida a tres diferentes causas:
      Primero. A los objetos que ellos poseen, como casas, jardines, equipajes, que siendo agradables por sí mismos, necesariamente producen un sentimiento de placer en todo el que los considera o examina.
      Segundo. A la espera de ventajas por parte del rico o poderoso, por unirnos éste a su posesión.
      Tercero. A la simpatía, que nos hace partícipes de la satisfacción de todo el que se nos aproxima.
      Rara vez reflexionamos sobre lo que es hermoso o feo, agradable o desagradable, sin experimentar una emoción de placer o dolor, y aunque estas emociones no son muy aparentes en nuestro modo indolente y común de pensar, es fácil descubrirlas ya en la lectura, ya en la conversación.
      Además, la riqueza y el poder por sí, aunque no sean empleados, causan naturalmente estima y respeto, y que, por consecuencia, estas ideas no surgen de la idea de algún objeto bello y agradable. Es cierto que el dinero implica un género de representación de tales objetos por el poder que concede de obtenerlos, y por esta razón podría ser estimado apropiado para sugerir las imágenes agradables que hacen surgir la pasión; pero como esta posibilidad se halla muy distante, es más natural para nosotros considerar un objeto contiguo, a saber: la satisfacción que este poder proporciona al que lo posee. De esto nos hallaremos más convencidos si consideramos que las riquezas representan los bienes de la vida tan sólo por medio de la voluntad que las emplea; que, por consiguiente, implican, en su verdadera naturaleza, la idea de una persona que no puede ser considerada sin algún género de simpatía en cuanto a sus sensaciones y goces.
      Es claro que aunque las riquezas y la autoridad conceden indudablemente a su poseedor la facultad de prestarnos servicios, esta facultad no puede considerarse de la misma especie que la que le permite gozar a él mismo y satisfacer sus apetitos. El amor a sí mismo aproxima el poder y el ejercicio íntimamente en el último caso; pero para producir un efecto similar en el primero debemos suponer una amistad y benevolencia que nos una con la suerte del rico. Sin esta circunstancia es difícil concebir en qué podemos fundar nuestras esperanzas de ventajas por parte de las riquezas de los otros, aunque aquí nada es más cierto que estimamos y respetamos naturalmente al rico aun antes de descubrir en él una disposición favorable hacia nosotros.
      Puede pretenderse que estando acostumbrados a esperar socorro y protección del rico y poderoso, y estimarle por esto, hacemos extensivos dichos sentimientos al que se le asemeja en fortuna, pero del que no podemos esperar ventaja alguna. La regla general perdura siempre, y concediendo un impulso a la imaginación, hace surgir paralelamente la pasión del mismo modo que si el objeto que le es propio fuera real y existente.
      En resumen, no queda nada que pueda producirnos estima por el poder y riquezas y desprecio por la debilidad y pobreza más que el orgullo que surge de la simpatía, por la cual participamos de los sentimientos del rico y del pobre y tomamos parte en su placer o desgracia.
      La piedad y la malicia, son afecciones que surgen de la imaginación, según la situación en que coloca sus objetos. Cuando nuestra fantasía considera directamente los sentimientos de los otros y participa profundamente de ellos nos hace sensibles a las pasiones que considera, pero en particular a las de tristeza y pena. Por el contrario, cuando comparamos los sentimientos de los demás con los nuestros propios experimentamos una sensación totalmente opuesta a la original, a saber: alegría por el dolor de los otros y pena por la alegría de los otros.
      Esto es el único fundamento de las afecciones de piedad y malicia. Otras pasiones se funden después con ellas. Existe siempre una mezcla de amor o cariño con la piedad y de odio o cólera con la malicia. Sin embargo, debe confesarse que esta mezcla parece a primera vista contradictoria con mi sistema; pues como la piedad es un dolor y la malicia un placer que surge de la desgracia de los otros, la piedad debe producir en todos los casos odio y la malicia amor. Esta contradicción puede suprimirse así:
      La benevolencia o el apetito que acompaña al amor es un deseo de felicidad para la persona amada y una aversión de su desgracia, lo mismo que la cólera o el apetito que acompaña al odio es un deseo de la desgracia para la persona odiada y una aversión de su felicidad. Por consiguiente, un deseo de la felicidad de otro y una aversión de su desgracia son idénticos con la benevolencia, y un deseo de su miseria y una aversión de su felicidad corresponden a la cólera.
      Nuestra preocupación por los intereses propios nos causa un placer en el placer y dolor en el dolor de nuestro asociado, al igual que sentir dolor por el placer y placer por el dolor de nuestro rival.
      En general, podemos observar que es imposible hacer bien a los otros, por cualquier motivo que sea, sin sentir algún afecto de cariño o buena voluntad por ellos, del mismo modo que la injuria no sólo causa odio en la persona que la sufre, sino también en nosotros mismos.
      También hay que considerar, que cierto grado de pobreza produce desprecio; pero un grado que va más allá causa compasión y buena voluntad. Podemos tener en poco a un aldeano o a un criado; pero cuando la miseria de un mendigo parece ser muy grande o nos es pintada con colores muy vivos, simpatizamos con él en todas sus aflicciones y sentimos en nuestro corazón emociones evidentes de piedad y benevolencia. El mismo objeto causa pasiones contrarias, según sus diferentes grados.







Resumen sobre el libro “Goya”
De
Lion Feuchtwanger

*¿Qué es la historia sino el testimonio de aquellos que han vivido antes que nosotros?
Feuchtwanger nació en Munich en 1884 y creció en una casa que fue tanto judía como fervientemente patriota hacia Alemania. Esta dicotomía aparecería más tarde en sus obras escritas.
Lion sirvió en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial, una experiencia que le llevó a una inclinación izquierdista en sus obras. Se convirtió en una figura conocida del mundo literario y ya era popular en 1925 cuando su primera novela con éxito, Jud Süss, fue publicada. También publicó Erfolg que era una crítica poco velada hacia el partido nazi y Hitler. El nuevo régimen fascista comenzó pronto a perseguirlo, y mientras que estaba en una gira de conferencias en Estados Unidos, en Washington D.C., Hitler llegó al poder y el embajador alemán, Friedrich Wilhelm von Prittwitz und Gaffron, le recomendó que no volviera. Su casa fue saqueada, y esto incluyó la pérdida de varios manuscritos. Feuchtwanger y su mujer no volvieron a Alemania; se trasladaron al sur de Francia, estableciéndose en Sanary sur Mer. Sus trabajos estaban incluidos entre los quemados por los nazis. Su ciudadanía alemana fue retirada por el régimen nazi; fue declarado por éstos como el Enemigo número Uno del Estado. (Esto se menciona en su novela Der Teufel in Frankreich -El diablo en Francia-).
A Feuchtwanger el trabajo en la novela Goya le llevó casi 7 años. Esta fue publicada en 1951.
Resumen de la obra
El pintor español, grabador y litógrafo Francisco José de Goya y Lucientes, nació el 30 de marzo de 1746 en Fuendetodos, en Aragón, España. Murió en el exilio francés, en Burdeos, el 16 de abril de 1828.
Antes de cumplir los 30 años se casa con Josefa Bayeu, la hermana del famoso pintor de cámara.  Tuvieron 20 hijos, pero solo uno sobrevivió.

La novela empieza en los años madrileños después de 1775. El país era el más medieval de Europa.  Sus ciudades, sus trajes, típicos, los ademanes de sus gentes, incluso sus rostros parecían como de una época anterior.
Todavía el clero y la nobleza tenían una alianza indisoluble, para mantener al pueblo en una fuerte devoción tanto a la fe como al trono.

En aquella época reinaban en España monarcas extranjeros, soberanos de origen francés, Borbones.
Poco a poco ideas más modernas iban penetrando en el país, pero mientras la nobleza cambiaba con el tiempo, el conjunto de la población se aferraba con tenacidad a lo viejo.  Con verdadero afán, el pueblo asumió los derechos y obligaciones que los grandes señores habían abandonado.
En España el pueblo idolatraba a sus monarcas, a pesar de que fueran de origen francés y se comportaran de modo poco digno.  Para el pueblo, el Rey seguía siendo el Rey, un Grande, seguía siendo un Grande.
Goya ya era conocido entre los nobles que le encargaban retratos, dibujos para gobelinos y escenas de batallas.
Mal pagado porque a pesar de que sus obras gustaban, todavía no era considerado como uno de los grandes pintores.
El gusto por el arte estaba relacionado con los llamados clásicos donde lo importante era respetar la línea;  y el color solo se utilizaba para rellenar.

Goya era un hombre sumamente observador sus pinturas estaban llenas de detalles, fue creciendo en su arte al darse cuenta que en los retratos clásicos sí era reconocible el modelo, pero carecían de personalidad.  En su búsqueda por la perfección y jugando con el color se dio cuenta que suavizando la línea y utilizando grises argentados daba a los rostros la expresión que quería manifestar: fuerza, ira, debilidad, belleza, grandeza, humildad, inteligencia.  Así poco a poco sus retratos fueron despertando verdadero interés, cada vez el Rey Carlos IV y su esposa la Reina María Luisa se hacían retratar de diferentes maneras. 
A la muerte del pintor Bayeu, cuñado de Goya, este paso a ser el primer pintor de cámara y director de la Academia de Arte.
En esta época Goya utilizó su nueva técnica y realizó obras muy reconocidas como la familia de Carlos IV, aunque con esta nueva forma de utilizar el color muchos lo consideraban que se estaba saliendo de los clásicos, no obstante reconocían a Goya como un pintor excelente y todos querían obras suyas.
Con su técnica en general las obras de Goya dan la impresión como si las personas estuvieran medio flotando, no se ven totalmente en el piso.
Se apasionó con la Duquesa de Alba y durante el tiempo que duró el romance pintó  a muchísimas mujeres, a la duquesa no lograba pintarla porque sentiaque no la conocía a fondo, había algo en ella que se le escapaba, pintó la maja desnuda y la maja vestida, para darle gusto con lo referente a la ropa de las majas, y para expresar ahí toda la pasión, aunque Goya nunca la reconoció como una mujer del pueblo, para él siempre fue una condesa.  Sin embargo las 2 majas no llevan el rostro de la duquesa. Es una de sus obras más reconocidas.
Cuando el desengaño llegó y logró ver a la condesa como era verdaderamente: con muchas facetas, logró pintarla en diferentes cuadros, ya como bruja, como intrigante, como desalmada, como dulce e ingenua.

Durante toda su vida Goya tenía crisis severas de sordera cada que estaba sometido a mucho estés, cuando esto ocurría se sumía en una rabia infinita y se deprimía; en estos momentos veía fantasmas que lo atemorizaban, monstruos, animales extraños que lo querían devorar, todo esto lo dibujaba con la idea de echarlos de su mente y que no volvieran.
Hacia los 50 años cuando su carrera como pintor de cámara estaba en verdadero ascenso, y su idilio con la duquesa florecía, ella lo engaño, y sufrió una de sus más terribles crisis.  Desde ahí no volvió a recuperar nunca el oído.  Se vistió con ropajes simples y viajó por España a lomo de una mula acompañado de un mulero.  Con la idea de asumir su nueva realidad de sordo.  Vio todo con mayor claridad, todo lo que iba sucediendo a su paso lo atesoraba en su mente, cuando por fin regresó a Madrid dibujó todo aquello que había visto, y sus fantasmas y demonios los hizo en grabados, plasmó en ellos toda la decadencia del alto clero, la inquisición y la realeza.
Cualquiera que los viera entendería perfectamente quienes eran los asnos, quienes los demonios, quienes los fantasmas.  Estos grabados los vieron sus amigos y quedaron maravillados de la audacia de los dibujos, y de la grandeza en este nuevo arte que no tenía nada que ver con los clásicos. Algunos le recomendaron mostrarlos para que todos vieran que “ya era hora”, otros más prudentes le aconsejaban que no los mostrara porque la inquisición lo perseguiría.
Después de mucho pensarlo decidió mostrarlos, porque ¿para qué sirve el arte si nadie pude mirarlo?
Imprimió sus grabados y salieron a la venta. Inmediatamente después fue requerido por la inquisición.  A uno de sus amigos se le ocurrió que con motivo de la boda de la hija del Rey le regalara a este sus grabados, para que desde la Casa Real se imprimieran y quedar así protegido.  Siendo un regalo ni el Rey ni la Reina iban a suponer que les regalaría algo donde ellos estaban incluidos.
Así se hizo, pero la Reina sumamente inteligente si se vio en uno de los grabados, sin embargo aceptó el regalo, se imprimieron muchísimas copias con grandes ventajas económicas para la corona.
Después Goya siguió viviendo solo en la Quinta del sordo, y empezó a pintar un fresco en su casa.
La novela termina aquí.

Conclusión
Es una novela fascinante, narra toda la época de la vida de Goya, el panorama de la España del siglo XVIII, con la Inquisición aferrada a la Edad Media, que apenas tiene todavía influencia en la Casa Real. El surgimiento de la época moderna desde Francia, el surgimiento burgués de los comerciantes y proyectistas. Describe con detalle las obras de Goya como fue evolucionando y descubriendo una nueva técnica de pintar que hizo de su arte una manera muy suya, “muy Goya”. Se le considera uno de los grandes en la pintura Impresionista aun antes de que este concepto se hiciera famoso en la pintura francesa de finales del siglo XIX.

No hay comentarios:

Publicar un comentario